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Empatía artificial

«Posiblemente se trate de la actualización del antivirus. En ocasiones, si hay un corte de electricidad o algún enganche en las actualizaciones previas, el ordenador se queda en una especie de limbo en el que el servidor le capa la conexión al no localizar la versión adecuada del antivirus. Nos lo llevamos y hacemos las actualizaciones pendientes por nuestra red de carga, que es libre, y en un rato lo tienes de nuevo en la mesa». Eso me había dicho Alfonso, el informático que atendió mi petición. Mi veterano ordenador había decidido desconectarse de la red corporativa tras la vuelta de las vacaciones de Semana Santa. Pero de eso habían pasado ya más de tres horas y casi se había colado la mitad de la jornada laboral. Ya no me quedaba nada por hacer que no precisara de ordenador y conexión. Así que tuve que regresar a casa y terminar el día teletrabajando con el portátil corporativo, mucho más lento y mucho mucho más incómodo. 

El martes me llevé el portátil a la oficina, por si la reparación de la torre de sobremesa se alargaba más de lo previsto. Ese día me llamaron para decirme que la máquina ya conectaba a la red y que todo parecía estar correcto. Así que fui a recogerlo y lo volví a instalar. Yo lo había visto funcionando hacía unos segundos, pero al conectarlo a mi punto de red y a sus monitores, teclado y ratón, el ordenador volvía a ser incapaz de conectarse a la red. Logré arrancar en el modo offline, pero una vez abierta mi sesión el ordenador era poco menos que un trasto inútil ya que no podía acceder a ninguno de los archivos de trabajo que tenía repartidos entre la nube corporativa y las viejas unidades de red de los servidores de mi empresa.

Volvieron a llevárselo y, entendiendo que la avería tenía pinta de ir para largo, enlacé el portátil con el teclado de mesa y el ratón de la torre así como con uno de los monitores panorámicos. Elevé la altura del portátil hasta la de mis ojos con una pila de libros y seguí trabajando. Incluso, le conecté el cable de red para no utilizar la wifi y poder aprovechar el mayor ancho de banda de la conexión física.

El segundo diagnóstico fue algo más elaborado que el primero. No sabían cómo, pero la MAC de mi computadora había entrado a formar parte de la Black List interna y era el propio servidor de conexiones el que le impedía el acceso a la red, convirtiéndolo en un aparatoso pisapapeles con doble monitor.

El miércoles no supe nada nuevo de él. Tuve que esperar hasta el jueves, cuando el informático que se lo había llevado la primera vez volvió a aparecer con él, asegurándome que ya estaba todo correcto. Que lo habían borrado de la lista negra y que él personalmente había estado usándolo en su trabajo hasta hacía unos pocos minutos. Volvimos a conectarlo y, de nuevo, el ordenador lanzaba el mensaje de que no se encontraba conectado a Internet y solo ofrecía la posibilidad de arrancar en modo fuera de línea. Entonces comenzamos a probar diversas opciones de conexión física: pasando por el teléfono, sin pasar por él, con un cable de clase 5, con uno negro, con otro verde… Incluso cambiamos en el hub de conexiones la puerta de conexión. Nada funcionó, porque era evidente que problema no estaba ahí. El portátil conectaba con esos cables y con esas combinaciones sin ningún tipo de problema.

El viernes tuve noticia de que el el departamento de redes había entrado a buscar soluciones. A esas alturas, reconozco que comenzaba a echarle de menos.

El lunes siguiente llegó la tercera explicación. Mi ordenador, no se sabía muy bien por qué, cuando estaba en mi mesa, se empeñaba en asumir una IP que no pertenecía al rango de red adecuado. Así que directamente la borraron del sistema y reiniciaron el puerto del switch.

El martes mi viejo amigo volvió a nuestra mesa. Mientras le reconectaba todos los periféricos y el cable de red comencé a hablarle como a un niño, provocando el cachondeo generalizado entre mis compañeros. Pulsé el botón de encendido esperanzado y el proceso de arranque comenzó de forma normal, pidiéndome la conformación de doble factor usual. El soso escritorio corporativo se dibujó en las dos pantallas. Teams arrancó también y, cuando ya estaba a punto de besar al ratón, el icono de conexión pasó a desconectado. Llamé a Alfonso y me pidió detalles del sistema, concretamente la dirección IP. El pobre hombre casi se echó a llorar. Era la incidencia individual más larga y extraña jamás atendida por su servicio. «Algo se me escapa, pero no soy capaz de saber qué es». Mientras repasábamos juntos posibles motivos de hardware o software, el Onedrive emitió un mensaje de error. Pero eso significaba que había conectado. «A veces los problemas más complejos ser resuelven solos», me dijo el informático. Creyendo que el episodio había terminado acordamos que mantendría la incidencia abierta unos días, «solo por si las moscas».

El pequeño rebelde volvió a dar problemas de inmediato. Aleatoriamente se desconectaba unos segundos, sobre todo en medio de videoconferencias importantes, o cuando más concentrado estaba con algún trabajo. Y a los pocos días la situación empeoró sustancialmente, ahora el sistema me informaba de que el disco duro estaba lleno y de que no disponía de memoria para guardar o editar archivos, o para recibir y enviar correos, o para mantener abierto el Teams. Pero, cuando sumaba la memoria ocupada por los archivos en el propio sistema, la cantidad no llegaba siquiera a la mitad de la capacidad teórica del disco.

Los informáticos llegaron a la conclusión de que el ordenador debía ser sustituido, a pesar de que había orden de no retirar ningún equipo que fuera capaz de funcionar. «Es como si a tu ordenador no le gustara tu puesto» comentó mi compañera María Dolores cuando les comenté la decisión final. Y, entonces lo entendí. «Me equivoqué de departamento al que mandar la incidencia», dije en voz baja y me dirigí decidido al área de Recursos Humanos.


Hace tres meses que me cambiaron de puesto y de departamento. Estoy en la planta sótano, gano un 7 % menos, pero he descubierto la belleza de un trabajo de baja responsabilidad en el que dispongo de algo que había olvidado: tiempo. En todas estas semanas mi querido compañero no ha fallado ni una sola vez, no ha vuelto a darme el error de la memoria llena y yo diría que incluso ha ganado algo de velocidad de proceso. No sé si mi ordenador posee algún grado de inteligencia artificial o natural, pero de lo que no me cabe duda es de que ha desarrollado alguna especie de empatía y que comenzó a fallar solo para que yo entendiera que debía cambiar de trabajo para ser feliz.


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