– Hacía mucho que no te veía, Pemán. Los surcos que traza el destino parecen rectos, pero irremediablemente se tuercen y se cruzan, a veces más de una vez a lo largo de una misma vida. Ella me llamaba Pemán porque le hacía gracia la forma en que declamaba las poesías en clase de don Jesús; entre afectado e intenso, decía. Fue mi primer amor, al menos el primero digno de ser guardado en los estantes de la memoria. En sus labios aprendí a besar. Mis manos conocieron la geografía de un cuerpo de mujer acariciándola, aún sobre la ropa. Y por ella llegaba a mi casa alterado y con urgencia por encerrarme en el baño. Pero un septiembre ya no regresó de las vacaciones y, en lugar de sus besos, solo recibí una carta de despedida en la que explicaba que su padre había sido destinado a Melilla. Y hoy estaba ahí, en la barra del bar del hotel, como si Laura me hubiera estado esperando todos estos años sentada frente a un Martini rojo. Hablamos durante horas. Yo le conté mis recuerdos d...