Ir al contenido principal

Historias de la duermevela

Las mejores historias siempre se me ocurren en ese momento especial entre la vigilia y el primer sueño, un estado de duermevela en el que las ideas se agolpan en la cabeza y los argumentos se apresuran a salir en tropel. Casi todos los descarto, pero a veces mis neuronas se quedan jugando con alguno. Lo soban, lo sopesan, le dan vueltas y terminan componiendo una genialidad. Noto al orgullo llenar mi pecho.
Obviamente, a esa hora estoy tan cansado que ni siquiera hago el intento de traspasar la idea a una nota de voz y, ni mucho menos, a la pantalla en blanco del ordenador. Procuro mantenerla en la cabeza para ver si así, al día siguiente, la consigo recordar. Solo en unas pocas ocasiones lo he logrado.
Cuando ese milagro se produce, corro a ponerme delante del teclado a trasladar la idea, Suele salir del tirón, como cuando de niño tus padres te pillan en la mentira y el alivio te permite decir de golpe toda la verdad. Escribo, transcribo, la historia de mi memoria al papel o al ordenador y luego la leo. Pero algo debe de andar mal en mi cabeza, porque la historia genial de la noche anterior siempre termina quedándose a medias, un cuentito del que me desentiendo a la misma velocidad que usé para escribirlo.

https://www.flickr.com/photos/anieto2k/6002513756

Comentarios

Entradas populares de este blog

El oasis maldito

Durante siglos, los tuaregs han contado la historia del oasis maldito. Con pequeñas diferencias, a lo largo de generaciones han narrado que existe un oasis que cada cien años, o cada 50, o cada 25, emerge desde debajo de las arenas. O viaja sobre las dunas móviles, empujado por el viento. O, simplemente, se materializa. También hay variaciones con los protagonistas. A veces son caravaneros, cada vez menos; otras, un jinete perdido en medio de una tormenta o, últimamente, algún piloto del París-Dakar extraviado. Solo se mantiene sin variación la consecuencia de entrar en su dominio. Una vez que has probado su agua, estás perdido. Si bebes y te marchas, acabarás muriendo de sed en el desierto, porque fuera del oasis la deshidratación se acelera y ninguna otra cosa que puedas beber te saciará. Pero si bebes y, además, pernoctas, entonces te quedarás para siempre, atrapado en el tiempo, condenado a una eternidad de soledad con el único alivio de poder calmar la sed.   Foto: @DUA Es una...

Confesión conspiranoica

Yo empecé en esto de las conspiraciones por puro azar, pero he de reconocer que de niño ya apuntaba maneras. Vale que no existían las redes sociales, que lo amplifican todo enormemente al multiplicar la audiencia potencial, pero el patio del colegio podía funcionar como un pequeño twitter a escala. Creada con ChatGPT Debía estar en quinto o sexto de EGB y acababa de leerme la Isla del Tesoro. Lógicamente, me encantó y, entre otras cosas, me quedé con el detalle del mensaje que anunciaba la muerte del viejo pirata. Era enormemente dramático. Y se me ocurrió una historia que puse en práctica en el colegio al día siguiente. Fue mi primera conspiración viral: la maldición de la mano negra. Era una tontería, pero es que una conspiración no tiene por qué parecer inteligente; de hecho, la estupidez aporta credibilidad: ¿quién se va a inventar una imbecilidad como esa? Si la gente la cuenta es porque tiene que ser verdad. La maldición de la mano negra conllevaba enormes desgracias al portador ...

El rapto de Europa

Llevo más de 300 años confinada en este marco, sin poder moverme ni variar mi campo de visión. A diario pasan por delante cientos de personas, muchas de apariencia extraña y con idiomas que no llego a comprender. Creada con Dall•e No sé cómo pasó. Recuerdo que estaba muy enferma, sabía que me estaba muriendo porque me costaba respirar cada vez más. También recuerdo que cerré los ojos y la oscuridad lo llenó todo, incluso el pensamiento. De hecho, cuando Giacomo me pintó ya había comenzado a sentirme mal. De ahí la mirada febril y casi desesperada de mi retrato. Zeus está a punto de violar a Europa en Creta. Yo soy Europa y miro al espectador con una mueca de terror, con los vestidos desgarrados y dejando a la vista la mayor parte de mi cuerpo. Aunque, en realidad, no es mi cuerpo. Giacomo me engordó un poco y me puso unos pechos generosos. Decía que el marqués quería un cuadro que invitase a la lujuria, y mi delgadez de entonces resultaba muy poco atractiva. Él ya sabía que me estaba m...