En 1982 el futuro quedaba aún muy lejos. Éramos niños que comenzaban a convertirse en hombres y que se lanzaban a poseer un mundo que los adultos ya no comprendían. Éramos los futuros reyes del Universo. Aquel año, que realmente comenzó en Mallorca y con la resaca de un Mundial en España, fue también el de los primeros cigarrillos, el de los primeros besos a escondidas y el del primer corazón roto. Supuso el cambio definitivo. Dejamos atrás las voces infantiles y comenzamos a abandonar en la cuneta de las drogas y del SIDA a muchos de nuestros amigos. Entonces no lo sabíamos, porque el futuro quedaba lejos y morirse no era una opción, pero en 1982 cruzamos la frontera entre el mundo de los niños y el bronco devenir de la realidad.
Durante siglos, los tuaregs han contado la historia del oasis maldito. Con pequeñas diferencias, a lo largo de generaciones han narrado que existe un oasis que cada cien años, o cada 50, o cada 25, emerge desde debajo de las arenas. O viaja sobre las dunas móviles, empujado por el viento. O, simplemente, se materializa. También hay variaciones con los protagonistas. A veces son caravaneros, cada vez menos; otras, un jinete perdido en medio de una tormenta o, últimamente, algún piloto del París-Dakar extraviado. Solo se mantiene sin variación la consecuencia de entrar en su dominio. Una vez que has probado su agua, estás perdido. Si bebes y te marchas, acabarás muriendo de sed en el desierto, porque fuera del oasis la deshidratación se acelera y ninguna otra cosa que puedas beber te saciará. Pero si bebes y, además, pernoctas, entonces te quedarás para siempre, atrapado en el tiempo, condenado a una eternidad de soledad con el único alivio de poder calmar la sed. Foto: @DUA Es una...
Comentarios