Volvió la cabeza y distinguió un destello metálico. Antes de que pudiera si quiera conjeturar qué estaba pasando, la vida comenzó a escapársele a borbotones por la garganta. Los ojos se le nublaron y las piernas dejaron de sostenerle. Cuando cayó en el suelo aún pudo notar la humedad y pensó que no era posible que se estubiera muriendo.
El hombre de la navaja le maldecía por las salpicaduras de sangre en su ropa, mientras que lamentaba lo fácil y aburrido que había sido. Tan solo los segundos previos al degüelle le proporcionaron la descarga de adrenalina que buscaba, pero fue demasiado poco. Determinó que la próxima vez lo prepararía mejor.
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