La casualidad no siempre es cuestión de azar; en la mayor parte de las ocasiones, sí. Pero, en mi caso... En mi caso, no puede serlo. Dos veces es casualidad. Puede que tres. Pero cuatro; cuatro es demasiado. Mi madre murió de un infarto cuando supo que yo no era la niña que tanto había deseado, sino su cuarto varón en cinco intentos. Su corazón ya estaba débil tras el tercero, pero aún así lo intentó una vez más. Luego, mi abuela. Una rara enfermedad que debilita la presión sanguínea y termina provocando la parálisis del músculo cardiaco se la llevó, y me dejó solo. Eso podía explicar en parte lo de mi madre, por la vía genética. La tercera fue Alicia, mi primer gran amor. Una canaria de acento cantarín y caricias proscritas en la fila de los mancos. Ella se me quebró entre los brazos, en el silencio de su portal y mientras nuestros besos se iban haciendo adultos. Y, ahora, Alba. Me echaron del paritorio y supe de inmediato que ya no la vería nunca más. Luego me dirían que su frágil c...