Un arca. El ARCA XXXIV, el último de su clase. Miles de embriones humanos y de animales, un banco de semillas y todo el conocimiento de la Humanidad en sus discos duros. Un sólo cerebro despierto, integrado en la CPU de la nave. Apenas un resquicio de lógica humana en medio de un complejo sistema de condicionantes mecánicos, eficientes pero huérfano de creatividad.
A medida que el enfriamiento del Universo era más evidente, comenzaron los planetas humanos a mandar Arcas en todas direcciones, con la esperanza de encontrar nuevos sistemas en los que replicar nuestros mundos. Esta nave fue enviada al centro del Universo, considerando que el enfriamiento llegaría más tarde aquí y que sería posible extender la historia humana hasta el último segundo del Universo. Mi tarea como cerebro humano central es servir de nexo de unión entre los mundos originales y los nuevos que se creen a partir del material genético almacenado en el Arca.
Pero circular por el Universo durante tantos años me ha llevado a pensar en el sentido de esta misión, ¿quién querría ser el último ser pensante del Universo? ¿Quién leería entonces el terrestre de Alfa Centauri en el que están escritos nuestros archivos? ¿A quién le importaría si esta misión terminase desintegrándose en alguna vieja estrella? A mi, desde luego, no...
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