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Ya no creo en los espías

La gente sigue creyendo que la infancia se abandona definitivamente el día que dejas de creer en las hadas, o esa oscura Navidad en la que te das cuenta de que los reyes no son los reyes, o cuando descubres que el ratoncito Pérez tiene dos patas en lugar de cuatro.
Sin embargo, para los niños de mi generación (no se si para las niñas) ese momento sobreviene cuando te da cuenta de que 007 es un "pringao". ¿Cómo se puede ser tan idiota de ir diciéndole a todo el mundo tu nombre verdadero? "Mi nombre es Bond, James Bond". ¡Menudo agente secreto! O ¿Cómo es posible que nadie le haya envenenado aún el martini agitado, no revuelto? Pero lo más increíble es la imposibilidad metafísica de acostarse con tanta mujer sin conocérsele preocupación alguna por las enfermedades venéreas, ¿acaso no ha oído hablar de SIDA?
Así, un día, delante de la tele o en el cine, te das cuenta de pronto que la aventura continua, las mujeres que se mueren por él y la última tecnología no son sino cortinas de humo para que no nos demos cuenta de lo irreal de su existencia y lo vacuo de nuestros sueños.



A mi amigo Bond, Luis Bond

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