El director tenía en la cabeza cada una de las escenas, incluso cada uno de los gestos que deseaba arrancar de sus actores. Pero ellos querían improvisar. Querían dejar constancia de su talento interpretativo. El director se desesperaba una toma tras otra. El cámara comenzaba a odiar esa escena eterna de la película. Y el productor ejecutivo veía pasar las horas y los metros de cinta sin resultado. Al final del día se tomó la decisión de dar por bueno lo grabado y ajustar en el montaje: tantas tomas darían para algo. Pero el día del estreno aquella escena no estaba en el metraje. Y el director achacó el fracaso a esa falta, a esos actores y a ese productor. Quiso volver a rodar la película con otros actores, con otro equipo, pero no encontraba a nadie que quisiera financiar una reedición de un fracaso de taquilla, al menos tan pronto. Hoy, el director se gana la vida rodando vídeos musicales para grupos de poca monta, en los que una y otra vez reproduce las imágenes de aquel viejo guió...