Los racimos de mar, creados por el viento, querían participar en la ceremonia.
La soprano cantaba una nana sobre el colchón que le proporcionaban el violín y el chelo. Los invitados observaban a los novios desde atrás, y se imaginaban sus rostros felices, con una felicidad difícilmente falsable.
Mientras, el mar y el viento celebraban a su manera el acontecimiento. Las suaves olas acariciaban, no rompían, las rocas, generando unas ondas suaves y redondas que cabalgaban en sentido contrario a la marea. A veces, este momento venía a coincidir con rachas de viento que aceleraban la onda del choque y la terminaba haciendo desaparecer entre cientos de pequeñas lágrimas, dando lugar a un efecto similar al de los fuegos artificiales que estallan y se van abriendo en racimo, llenando de color el cielo.
La soprano cantaba una nana sobre el colchón que le proporcionaban el violín y el chelo. Los invitados observaban a los novios desde atrás, y se imaginaban sus rostros felices, con una felicidad difícilmente falsable.
Mientras, el mar y el viento celebraban a su manera el acontecimiento. Las suaves olas acariciaban, no rompían, las rocas, generando unas ondas suaves y redondas que cabalgaban en sentido contrario a la marea. A veces, este momento venía a coincidir con rachas de viento que aceleraban la onda del choque y la terminaba haciendo desaparecer entre cientos de pequeñas lágrimas, dando lugar a un efecto similar al de los fuegos artificiales que estallan y se van abriendo en racimo, llenando de color el cielo.
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