Cada vez que el trabajo y la tensión amenazaban con ahogarle, cuando se sentía traicionado, cuando la vida se volvía una tarea insoportable, volvía a la piscina. El encargado se olvidaba la llave en su mano a cambio de unos pocos euros. Y podía bañarse solo;, en el agua y en la oscuridad de la enorme sala. Inhalaba una bocanada de aire, cerraba los ojos y se hundía sujeto a la escalera. Nunca desaparecían la tensión, la tristeza por la traición, o el trabajo de vivir. Pero, dentro del agua, sin aire, llevando su capacidad de resistencia al límite, se sentía morir. Y cuando, a punto de perder el conocimiento, levantaba la cabeza y volvía respirar era, en cierta forma, como volver a nacer. Y aquel hombre nuevo que salía de la piscina dejaba ahogados en la oscuridad y en el algua sus peores momentos.