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Diógenes

La soledad y los negros pensamientos fueron royendo las cortinas del salón. Las montañas de basura se acomodaron a los espacios que dejaba de usar. Poco a poco, la casa se convirtió en una excusa más para huir, aunque nunca encontrara el momento. Pero la esperanza de esa escapada le servía para acallar los remordimientos por su propio abandono.

Apnea

Cada vez que el trabajo y la tensión amenazaban con ahogarle, cuando se sentía traicionado, cuando la vida se volvía una tarea insoportable, volvía a la piscina. El encargado se olvidaba la llave en su mano a cambio de unos pocos euros. Y podía bañarse solo;, en el agua y en la oscuridad de la enorme sala. Inhalaba una bocanada de aire, cerraba los ojos y se hundía sujeto a la escalera. Nunca desaparecían la tensión, la tristeza por la traición, o el trabajo de vivir. Pero, dentro del agua, sin aire, llevando su capacidad de resistencia al límite, se sentía morir. Y cuando, a punto de perder el conocimiento, levantaba la cabeza y volvía respirar era, en cierta forma, como volver a nacer. Y aquel hombre nuevo que salía de la piscina dejaba ahogados en la oscuridad y en el algua sus peores momentos.

Por primera vez

Ella bajó la vista y hundió su mirada en la punta de los dedos de sus pies. La vergüenza teñía de rojo sus carrillos y la emoción erizaba los poros de su piel, la de los dos, Él dudaba entre abrazarla o esperar. No quería parecer ansioso, pero tampoco un niño asustado. Desnudos, permanecieron quietos durante unos pocos segundos eternos. Los que tardaron en cruzarse sus miradas y en lanzarse a aprenderlo todo el uno del otro.

El testigo

Ha vuelto a mirar a su espalda. Es como si quisiera asegurarse de que nadie le sigue. O de que le sigue alguien. Ha dudado si tirar o empujar la puerta, apenas un instante, y ha optado por tirar. Casi sonríe cuando la hoja se ha abierto dejando salir el fresco aliento del aire acondicionado. Dentro de la tienda se ha dirigido a los probadores; ha ido directo, conoce el lugar. Ha entrado y le he perdido de vista. Apenas unos 20 segundos después ha salido nuevamente y con paso muy rápido se ha dirigido a la calle. Ha avanzado hasta la esquina y la ha doblado, ya prácticamente corriendo. Justo entonces han comenzado los gritos.

Llovió

Llovió. Llovió hasta que los techos se curvaron por el peso del agua. Llovió hasta que los muros se empaparon como esponjas. Llovió hasta que todo aquello que era sólido comenzó a disolverse. Encaramados a las ramas más altas rezaron a los viejos dioses y a los nuevos; a los falsos y a los verdaderos. Por unas horas, el cielo pareció escucharles. Y luego llovió.

Realidad prohibida

"No debería estar prohibido retratar la realidad", pensaba mientras se afanaba en los gestos estudiados para sacar la cámara y disparar los encuadres elegidos. Clic: un niño cruza la calle. Clic: una mujer pide en la puerta del supermercado. Clic: un hombre rebusca en la basura con medio cuerpo dentro del contenedor. Clic: un hombre camina calle abajo, con la mirada fija en el suelo.

Buen perro

Dejó de batir las alas y se desplomó. El perro a la carrera había adivinado dónde caería la presa y su instinto cazador impulsó sus patas. El pájaro apenas tocó el suelo, las fauces del galgo lo atraparon de inmediato y de una dentellada segó el hilo de vida que aún le quedaba. Con su triunfo en la boca corrió al encuentro de su amo, ansioso ya por recibir el premio. Sin embargo, el amo no estaba de pie si no sentado en el suelo, con la espalda apoyada en un tronco y la cabeza desmayada sobre el pecho. Dejó en su regazo al pájaro y se sentó a esperar. Pronto se dio cuenta de que la cara de su dueño tenía un gran agujero y de que manaba abundante sangre del mismo. Intentó despertarle con el hocico, y luego con algunos ladridos, pero el amo no se movía. no sabía qué hacer, pero era un buen perro y había tenido un gran adiestrador. Así que aproximó su boca al cuello, de una dentellada segó el hilo de vida que aún le quedaba y de nuevo se sentó a esperar el premio.

El otro animal

Duque gruñía a su rival mirándole fijamente. No solía ladrar, normalmente aquel sonido gutural bastaba para hacer saber al otro animal que su ataque sería demoledor. Se lanzó al cuello sin previo aviso. El otro animal sudaba profusamente, y respondió al ataque con un respingo. Los hombres gritaban azuzando a los canes y cruzando apuestas unos con otros. Duque había lanzado el primer ataque, pero su enemigo había evitado la dentellada. Al caer sintió cierta debilidad en la pata herida. Apenas se entretuvo en el dolor, fue menos de un segundo. Pero suficiente para el otro perro, que atacó aquella pata que había flaqueado. Duque se supo perdido e intentó escapar del círculo mortal. No pudo, y mientras su vida se escapaba, el otro animal apretaba los dientes furioso. El público aplaudía al campeón, el nuevo favorito que había vencido al gran Duque. Y, mientras, el otro animal maldecía su suerte y pensaba en cuál de sus otros perros podría compensar las pérdidas causadas.

Abatido

Abatido por la falta de inspiración, cerró la sesión. Caminó enfadado por la casa, cruzando el pasillo, dejando atrás la cocina. Abrió la puerta de la terraza y respiró con fuerza el aire enrarecido que subía desde las calles, ocho pisos más abajo. Volvió a acercar la silla al borde y subió. Otra vez el aire pesado que aquella ciudad penetró profundamente en sus pulmones. Apoyó el pie en la baranda y miró hacia abajo. Como las otras veces sintió el vértigo infantil y cerró los ojos. El segundo pie abandonó la silla y abrió los brazos. Y, justo cuando su centro de gravedad iba a cruzar la frontera de la barandilla, una idea cruzó su mente. Recuperó el equilibrio, dejó la silla en su sitio y volvió al estudio. Reinició la sesión.

Escribiendo…

«Escribiendo…». Eso ponía el estado en la pantalla. La última entrada del WhatsApp era «Acabamos de salir de la consulta.». Tan solo pasaron un par de segundos, pero el tiempo parecía haberse curvado de forma caprichosa y se negaba a avanzar según las leyes de la física. «Escribiendo…». Y estaba tan concentrado en las 5 pulgadas que sintió que su mundo entero se encontraba allí, entre las 4 esquinas redondeadas del móvil. Por fin algo cambió. Los caracteres se dibujaron con claridad: «No es cáncer.». Y sintió como si acabase de sacar la cabeza del agua, como si las últimas semanas hubiese estado sumergido sin poder respirar, suspendido de alguna forma en la incertidumbre. Llenó de aire sus pulmones y sonrió como si la vida mereciera de veras la pena.

Un crimen

Ahora que en mi lado de Berlín comienzan a florecer las sonrisas y la mala conciencia se lava en juicios retransmitidos a todo el mundo, me doy cuenta. Me acusan de haber colaborado en la locura de Hitler, pero mi verdadero crimen fue haberle salvado la vida cuando siendo niños le rescaté de un agujero en el hielo del río. Si yo no hubiera tendido mi mano, si yo no me hubiera arrastrado por la fina capa para sacarlo del agua, él no me hubiera llevado consigo el resto de su vida, el mundo hubiera encontrado otras razones para matarse y yo hubiera muerto siendo un héroe desconocido y no como el más antiguo colaborador del gran monstruo nazi.

Un grifo abierto

Ha dejado el grifo correr. Mira como el agua huye por el desagüe y espera que sus pecados se vayan detrás. El agua cae sobre su cabeza, se mezcla con las lágrimas y el sudor, arrastra el jabón. Pero el dolor se queda, las miradas asustadas permanecen, el miedo de los otros le sigue impregnando. Finalmente sale de la ducha y busca la tibieza de las sábanas, el calor de un cuerpo que le ama. Pero todo revive de nuevo en los sueños, donde los torturados piden clemencia constantemente.

La sexta vida

Esta es mi sexta vida. O mi sexta iteración. O mi sexta versión. Desde hace casi dos siglos he ido creando reiteraciones de mi mismo. Clones a los que mis anteriores versiones han educado y les han explicado mi-nuestra historia. Hemos sido físicamente idénticos, pero en el fondo cada uno de nosotros ha vivido su propia vida: los genes se clonan, los recuerdos no. Por eso es tan extraña esta sensación. Debería ir preparando ya mi nueva copia y, sin embargo, siento un cansancio agónico, como si hubiera sido este mismo cuerpo el que hubiera estado sobreviviendo por más de 200 años.