Érase una vez, en un reino muy lejano y tan pequeño que no tenía lugar ni en los mapas más grandes, una hilandera que era capaz de tejer los sueños de las personas.
En su rueca de madera y con un hilo finísimo hecho de la materia misma de las esperanzas esquivas de los hombres, tejía incansablemente noche y día un enorme lienzo donde habitaban quimeras, dragones, unicornios, gigantes, triunfos, amores correspondidos y anhelos secretos.
La hilandera llevaba siglos tejiendo y el "runrún" infinito de la rueca era su única compañía. Pero un día, en un impulso inesperado, cortó el hilo. Y hasta el más poderoso de los hombres sintió que algo dentro de sí se había vuelto gris para siempre jamás.
En su rueca de madera y con un hilo finísimo hecho de la materia misma de las esperanzas esquivas de los hombres, tejía incansablemente noche y día un enorme lienzo donde habitaban quimeras, dragones, unicornios, gigantes, triunfos, amores correspondidos y anhelos secretos.
La hilandera llevaba siglos tejiendo y el "runrún" infinito de la rueca era su única compañía. Pero un día, en un impulso inesperado, cortó el hilo. Y hasta el más poderoso de los hombres sintió que algo dentro de sí se había vuelto gris para siempre jamás.
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