No te voy a decir que te quiero porque no es verdad. No te quiero nada, ni un poco. Ni siquiera me caes bien.
Casi ni te miro cuando pasas cerca, nunca te presto atención ni sé nada de ti. Nada, porque no te quiero.
¿De qué color son tus ojos? No lo sé. Ni me importa, por supuesto. Ni reparo nunca en cómo cambia el tono de tu voz cuando vienes con los ojos tristes. Ni me interesa la razón por la que tu piel resulta tan fría que a veces quema.
Eso es lo que ocurre cuando no quieres a alguien: que puede estar junto a ti un día tras otro en la oficina, de copas o cruzando la calle y casi no existe. Ni ella, ni sus labios, ni el olor de su pelo.
Hoy tampoco he reparado en ti. No sabría decir si el azul de tu traje te quedaba perfecto, como si salieras de un cuadro de Klimt o la razón exacta por la que en algún indeterminado lugar de mi pecho algo se ha quebrado, casi sin ruido, cuando te he visto esperando el autobús. No sé nada de eso. Y seguiré sin saberlo porque no me importa. Porque no te quiero.
Comentarios