Llevan viviendo en el valle y sus alrededores desde hace tan solo cinco generaciones, pero ellos creen que han estado allí desde siempre. Los relatos que se cuentan alrededor del fuego sobre un tiempo en el que el hielo lo invadía todo, los ubican en un momento mítico, demasiado atrás en como para que pueda ser importante. Solo el chamán lo sabe, porque él sí conoce la importancia de las leyendas y porque fue parte del legado de conocimientos que le dejó su antecesora.
Por eso es el primero en identificar los signos a su alrededor: las lluvias se hacen cada vez más infrecuentes e intensas y el suelo comienza a cuartearse en las orillas del lago a medida que el agua se retira. Y por eso se da cuenta de que pronto tendrán que abandonar aquellas tierras y trasladarse más norte. Con un poco de suerte, aún le quedarán fuerzas para ver a los suyos establecidos en un nuevo lugar. Aunque cada nueva mañana se dice a sí mismo que su marcha al mundo de los espíritus debe esperar, lo cierto es que teme ser demasiado mayor para comenzar el viaje. Pero la supervivencia de la tribu está por encima de su sueño de morir en aquellas tierras.
Le cuesta convencer a la jefa, que no concibe que pueda existir un lugar mejor en el que vivir. Teme que su partida sea aprovechada por alguno de los clanes vecinos ara apoderarse del territorio, o que los suyos, descontentos, elijan a otra para guiarles si no aceptan la decisión de partir.
Retrasa la decisión todo lo que puede. Cada día acude a la orilla del lago con la esperanza de verla crecer. Allí es donde ve por primera vez los restos de los hombres antiguos, y recuerda la leyenda que habla de las extrañas estructuras escondidas en el fondo de algunos lagos que cuando aparecen traen consigo la maldición de los hombres antiguos: hambre, enfermedades y muerte.
Entonces comprende que el chamán tiene razón y que el tiempo de los hombres rojos en aquella tierra ha llegado a su fin.
Por eso es el primero en identificar los signos a su alrededor: las lluvias se hacen cada vez más infrecuentes e intensas y el suelo comienza a cuartearse en las orillas del lago a medida que el agua se retira. Y por eso se da cuenta de que pronto tendrán que abandonar aquellas tierras y trasladarse más norte. Con un poco de suerte, aún le quedarán fuerzas para ver a los suyos establecidos en un nuevo lugar. Aunque cada nueva mañana se dice a sí mismo que su marcha al mundo de los espíritus debe esperar, lo cierto es que teme ser demasiado mayor para comenzar el viaje. Pero la supervivencia de la tribu está por encima de su sueño de morir en aquellas tierras.
Le cuesta convencer a la jefa, que no concibe que pueda existir un lugar mejor en el que vivir. Teme que su partida sea aprovechada por alguno de los clanes vecinos ara apoderarse del territorio, o que los suyos, descontentos, elijan a otra para guiarles si no aceptan la decisión de partir.
Retrasa la decisión todo lo que puede. Cada día acude a la orilla del lago con la esperanza de verla crecer. Allí es donde ve por primera vez los restos de los hombres antiguos, y recuerda la leyenda que habla de las extrañas estructuras escondidas en el fondo de algunos lagos que cuando aparecen traen consigo la maldición de los hombres antiguos: hambre, enfermedades y muerte.
Entonces comprende que el chamán tiene razón y que el tiempo de los hombres rojos en aquella tierra ha llegado a su fin.
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