Ir al contenido principal

El dato perentorio

–Vamos, que es para hoy. ¿No ve usted la cola tan larga que hay?
– Si que hay cola, sí. Ni que esto fuera el fin del mundo. Tampoco creo haya mucha prisa, yo no los veo impacientes. Le decía que mi fecha de nacimiento es el 15 de octubre de 1967, aunque me adelanté 3 semanas. Al menos eso me contó mi madre que dijo el médico. Es posible que ese adelanto, por supuesto esto es sólo una conjetura, haya tenido que ver con la forma en la que se ha desarrollado luego mi vida.
– Eso ya me lo había contado hace un rato. Además, no es esa la fecha que le he pedido.
– Ya, pero es que precisamente usted debería comprender que nada es tan sencillo. Algunas cosas requieren una explicación. Desde pequeño me enseñaron que las cosas dependen siempre del color del cristal con que se miren. Y, dada la importancia del trámite, creo que debo ser especialmente exhaustivo en este caso.
– Claro que el trámite es importante, pero con sus circunloquios lo único que consigue usted es retrasarlo. Y es una estupidez, ya no hay vuelta de hoja.
– Bueno, bueno. No se ponga así. ¿Mi fecha de defunción? Hace justo dos días, o eso creo, porque lo de estar muerto altera bastante la percepción del tiempo. Fue el 30 de enero. Y recuerdo que la mañana amaneció extrañamente fría.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El premio

Las rutinas son el calmante que usamos en nuestra vida diaria para ocultar el aburrimiento, para obviar que la mayor parte de nuestras vidas es perfectamente insulsa. Ana María mantiene infinidad de rutinas; de hecho, la mayor parte de su día está dictado por ellas. Siete de la mañana, despertador; siete y cinco, comienza a sonar la radio; a las y cuarto ya está saliendo de la ducha; desayuno rápido con café y pieza de fruta; 20 minutos andando al trabajo escuchando el podcast diario de la BBC para que el inglés no se oxide; saludar al agente de seguridad de la puerta, entrar en la oficina, encender el aire acondicionado, arrancar el PC que cada día va más lento, comenzar a procesar documentos: pedidos, facturas, transferencias. Desayuno con tostada y segundo café a eso de las diez, en Casa Amalia, casi nunca acompañada, mirando el ABC en el móvil, máximo 20 minutos. De vuelta a la oficina y a los documentos hasta las tres.  Imagen generada con DALL•E Comprar de camino a casa la comida

Ya no hay margen

Los correos electrónicos sin responder se acumulan en la bandeja de entrada. Los minutos transcurren impasibles y él lo ve agotarse sin ser capaz de mover el ratón por la pantalla. Lee los asuntos y los remitentes y sabe que muchos de ellos necesitan una respuesta urgente. Nada distinto del resto de sus días, salvo porque hoy una angustia terrible le mantiene inmovilizado. Solo es capaz de mirar la pantalla mientras los correos siguen entrando. Y solo desea huir. Su mente escapa a un lugar de su adolescencia en el que fue plenamente feliz. Una tarde de verano en una playa de Cádiz, navegando en un velerito ligero con Inma. Entonces ella era su máxima preocupación y todo era infinitamente más sencillo. Jugar con el viento y las olas y mirar con disimulo y deseo a la muchacha. Aquella tarde se besaron por primera y última vez.  imagen generada con stable diffusion El teléfono suena y le saca bruscamente del ensueño. Es su jefa. Y vuelve a querer escapar. Pero ya no hay margen. Debe respo