Sólo recuerdo algunas briznas, apenas unos jirones de realidad, que poco a poco se me van borrando por culpa de la enfermedad. Debía ser en torno a 1949 o 1950. La mayoría de los jóvenes del pueblo habían emigrado a L'ospitalet y en las calles apenas se veían niños. Yo estaba pensando en marcharme también, aunque mi objetivo era Argentina, dónde ya tenía a un primo que nos escribía maravillas sobre ese país. Pero antes de irme debía conseguir el dinero para poder pagar el caro y largo viaje. Por aquel entonces yo no tenía nada que vender, tan sólo mi trabajo y mi palabra de hombre. Con ese capital mi única opción era Juan el rico, un viejo usurero que se había hecho rico durante la guerra. No quiso darme el dinero por adelantado, decía que no tenía gente en Argentina, pero que si me iba a Cataluña, la cosa no tendría problema. Sólo una cosa, por tanto, podía yo ofrecerle: una noche con María, mi novia de entonces. Yo no quise aceptar, pero ella me convenció de que era un precio muy...