Nuevamente estaba en la calle. Nuevamente paseaba su chulería por las tabernas del puerto. Bebía y reía. No paraba de decir que nada ni nadie podía pararlo. Y no sólo se lo espetaba a las putas asustadas y a los parroquianos acostumbrados a sus bravuconadas, sino que también se lo soltaba a los municipales que tantas veces lo habían llevado preso. Las palizas y los pequeños hurtos, comenzaron a venirle pequeños. Así que quiso probarse con algo de más fuste, algo que adornara definitivamente su fama de pendenciero. Así que la funesta nochebuena de 1925 salió de su casa con la faca decidida a hundirse en alguien. La mayoría de los locales estaban cerrados y en los pocos que estaban abiertos apenas quedaba nadie capaz de mantener una riña. Siguió rodando por los alrededores del puerto hasta el amanecer, momento en el que sus pasos fueron a dar con los de La Bella, una conocida cupletista. Sin mediar palabra avanzó hacia ella y la apuñaló tres veces. Sentado junto al garrote vil no compren...