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El año que alcancé la inmortalidad

En 1982 yo tenía 14 años y aún no sabía lo que era el dolor. A lo largo de aquel año descubrí que podía vencer mi terrible timidez, que era capaz de cantar en público, de disfrazarme de payaso y de dejarme la voz vendiendo boletos para una tómbola. Descubrí que había deportes en los que podía aspirar a ser algo más que el portero suplente. Aquel año, en un viaje en autobús hasta Valencia dejé de ser un pringado para el conjunto de mis compañeros de clase, y en otro viaje en barco hasta Mallorca vislumbré que podía llegar a liderarlos. Aquel año paseé con la dulce Inma cogidos de la mano y en la oscuridad de un cine nos besamos por primera vez. A finales del verano de 1982 yo, sin ningún género de duda, alcancé la inmortalidad.
Pero en septiembre, la ingrata Inma me dijo que ya no le gustaba. Fue en la plazoleta enfrente del portal en el que ambos vivíamos, y yo le respondí desde mi recién adquirida seguridad de adulto que no me importaba. Pero mientras la veía alejarse, de mis ojos escaparon unas lágrimas aún de niño y con ellas también huyó mi inmortalidad.


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