Para su desesperación, el semáforo se puso en rojo. Dudó unas décimas de segundo si saltárselo, pero una prudencia innata heredada de su abuela materna le retuvo. Era el semáforo más lento del trayecto. En los últimos meses los había cronometrado todos, incluso descubrió que circulando a 50 y pasando el de la Calle Mayor recién cambiado, era posible llegar sin interrupciones. Pero esa mañana la Calle Mayor estaba colapsada y parecía que todos los conductores de la ciudad se habían puesto de acuerdo para estorbarle y retrasarle. Para tardar lo menos posible, se fijó en el indicador de los peatones; sabía que cambiaba a la vez que el suyo, pero que antes parpadeaba unos segundos. Él los aprovecharía para pisar embrague y meter la primera.Aún así tTardaba demasiado, más que cualquier otra mañana. Comenzaba el parpadeo del peatón verde cuando sonó el aviso del Whatsapp. Desbloqueó el terminal olvidándose del tráfico y la observó emocionado. La foto de su hija recién nacida le hizo llorar de alegría y de tristeza al mismo tiempo.
Fuera de su auto, el tiempo volvió a su velocidad normal y los conductores desesperados le pitaban para meterle una prisa que él ya no tenía.
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