No se trata, como dicen mis críticos, del pincel. Es la mirada. A casi todo el mundo le llaman la atención los detalles escabrosos, los elementos que rompen la armonía de una composición. En mis cuadros yo dirijo la vista hacia los elementos que encierran belleza, independientemente del entorno en el que se encuentren. Por eso me detengo en el codo de una anciana que parece el de una niña, o en el precioso detalle del color de los ojos de un insecto, o en la dulce quietud de un cadáver rodeado de sangre.
La belleza resplandece en los rincones más insospechados, pero yo siempre sé cómo encontrarla.
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