Mantenía su barbilla apoyada sobre el dorso de sus manos entrecruzadas. Éstas descansaban sobre la propia barra y la mirada la mantenía sumida en algún poro de la taza donde humeaba un café. El humo revocaba en las corrientes secretas de aire que surcaban el local e iba a parar a sus gafas, empañándolas levemente.
Era un trozo de mundo estático. A su alrededor todo se movía: las personas, las palabras, las manos, los sentimientos. Pero junto a ella había un campo de ingravidez extraño que ralentizaba el tiempo hasta dejarlo parado.
En un extremo de la barra, sola y extraña, finalmente rompió el hechizo y se bebió el café de un solo trago. Luego salió disparada del bar. Junto a la taza marcada por sus labios permaneció un manoseado diario abierto por una página de ofertas de empleo repleta de cruces rojas.
Era un trozo de mundo estático. A su alrededor todo se movía: las personas, las palabras, las manos, los sentimientos. Pero junto a ella había un campo de ingravidez extraño que ralentizaba el tiempo hasta dejarlo parado.
En un extremo de la barra, sola y extraña, finalmente rompió el hechizo y se bebió el café de un solo trago. Luego salió disparada del bar. Junto a la taza marcada por sus labios permaneció un manoseado diario abierto por una página de ofertas de empleo repleta de cruces rojas.
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