En este Universo te miro dormir y paseo mis ojos por las suaves colinas que forman tus curvas sobre las sábanas. En otro, tal vez a millones de años luz, te despierto con mis besos y hacemos el amor a mordiscos. Pero en un tercero tal vez estés siendo despertada por otro, posiblemente tu primer novio, o tu segudo marido, o por los dos.
Y todo puede que dependa del café que me tomé un improbable día de septiembre de 1987, o del color de la camisa que llevaba ese día. O de la hora y el minuto exactos en los que te di el primer beso. Estar en este Universo tumbado junto a tí, en una cama, no es más que el resultado de una infinita sucesión de azares que comenzaron con el Big Bang. Y, por eso, no es sino un milagro que en otro Universo yo, en lugar de estar escribiendo, ahora mismo estoy devorando tus pechos. Posiblemente, en ese mundo probable, en lugar de café tomé descafeinado, o llevaba una camisa blanca una tarde de septiembre de 1987, o te di el primer beso un segundo antes.
Y todo puede que dependa del café que me tomé un improbable día de septiembre de 1987, o del color de la camisa que llevaba ese día. O de la hora y el minuto exactos en los que te di el primer beso. Estar en este Universo tumbado junto a tí, en una cama, no es más que el resultado de una infinita sucesión de azares que comenzaron con el Big Bang. Y, por eso, no es sino un milagro que en otro Universo yo, en lugar de estar escribiendo, ahora mismo estoy devorando tus pechos. Posiblemente, en ese mundo probable, en lugar de café tomé descafeinado, o llevaba una camisa blanca una tarde de septiembre de 1987, o te di el primer beso un segundo antes.
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