Durante generaciones ella y sus antepasados habían vivido a la sombra de la gran casa. Para ellas, un auténtico oasis en medio del implacable desierto, a pesar de los perros, los gatos y las trampas con los que los humanos de la casa intentaban acabarlas.
A pesar de ello, en cuanto el viento de su desgracia comenzó a soplar, lo notó en lo más profundo de la espina dorsal. Y cuando el viento tiró el candil que prendió la cortina en la que se inició el incendio más pavoroso que jamás registraron las crónicas de la villa, ella ya estaba corriendo hacia la noche profunda y fría del desierto, sabiendo que desde ese mismo instante su vida no volvería a ser la misma.
Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand
Comentarios