El violonchelo primero le cautivó por sus formas sensuales y su tamaño. Luego, su sonido terminó por arrastrarle hacia un aprendizaje obsesivo. Veneraba cada nota que se había escrito para su instrumento y dedicaba con pasión horas y horas a practicar cada concierto, cada interpretación, cada movimiento.
Solía viajar con un par de ellos, aunque en su casa era fácil encontrar uno o dos en cada habitación. Todos tenían nombres distintos, pero siempre de mujer. Solía hablarles. Incluso comentaba que cada uno tenía un carácter distinto, y según éste así les trataba.
El que más le gustaba no era precisamente el mejor. Lo llamaba Ágata y era lascivo y caprichoso. Lo mismo era capaz de hacer sonar notas cargadas de sentimiento, apasionadas e intensas que se dejaba contaminar por reverberaciones disonantes.
Pero cuando estaba de buenas, lograba eclipsar con él al resto de la orquesta. Esas noches especiales le premiaba con un lugar en su cama. Y Ágata se dejaba acariciar emitiendo leves gemidos de placer cuando el músico rozaba sus cuerdas.
Solía viajar con un par de ellos, aunque en su casa era fácil encontrar uno o dos en cada habitación. Todos tenían nombres distintos, pero siempre de mujer. Solía hablarles. Incluso comentaba que cada uno tenía un carácter distinto, y según éste así les trataba.
El que más le gustaba no era precisamente el mejor. Lo llamaba Ágata y era lascivo y caprichoso. Lo mismo era capaz de hacer sonar notas cargadas de sentimiento, apasionadas e intensas que se dejaba contaminar por reverberaciones disonantes.
Pero cuando estaba de buenas, lograba eclipsar con él al resto de la orquesta. Esas noches especiales le premiaba con un lugar en su cama. Y Ágata se dejaba acariciar emitiendo leves gemidos de placer cuando el músico rozaba sus cuerdas.
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