"Verdes, profundos, eternos. Así eran sus ojos", pensó, "a veces, casi amarillos". Miraba la silla vacía y recordaba su mirada. Los rizos cobrizos, que a veces nublaban sus ojos. Se había ido y no había tenido el valor, el coraje para decírselo.
Ella notaba brotar las lágrimas, mitad de rabia, mitad de pena. Se sabía una cobarde, siempre lo había sido. Esta vez, a punto había estado de serlo. Fue el día que le anunció su marcha de la empresa. Su boca decía "te deseo lo mejor", pero su alma gritaba "no te vayas, yo te quiero".
Ella notaba brotar las lágrimas, mitad de rabia, mitad de pena. Se sabía una cobarde, siempre lo había sido. Esta vez, a punto había estado de serlo. Fue el día que le anunció su marcha de la empresa. Su boca decía "te deseo lo mejor", pero su alma gritaba "no te vayas, yo te quiero".
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