Cazó las escotas de mayor y génova, ciñó el rumbo del barco al viento y esperó la segura escora. En esos instantes previos a la maniobra siempre podía sentir cómo la adrenalina le inundaba la sangre. Los latidos del corazón se aceleraban y, durante unos instantes, el miedo acudía a su mente. Afortunadamente, nunca se quedaba el tiempo suficiente como para inmovilizarle, y rápidamente sus músculos respondían ante los cambios en la inclinación del velero. Como siempre que el viento pasaba de los 8 nudos, la respuesta era ágil y rápida: a medida que la proa se acercaba al viento, el barco aumentaba su escora y su velocidad. Y eso le proporcionaba un indudable placer. Luego, la adrenalina se diluía, pero la sensación de libertad absoluta, de equilibrio inestable y peligro indefinido perduraban. Y como yonki que era de las emociones, no podía dejar de embarcarse en aquellos viajes de un par de horas en los que el mundo dejaba de ser importante. Trás la estela quedaban las apreturas de la ...