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Entrando

Llevaba un rato mirándola. Era preciosa y, de vez en cuando, se apartaba el pelo del rostro con un movimiento coordinado de cabeza y mano que dejaba al descubierto una oreja perfecta. Aquella mujer le atraía y no quería dejarla escapar. Sin embargo, Luis Fernádez siempre fue demasiado tímido. Y hablarle a una mujer era una cosa tan complicada que requeriría un buen rato de planeamiento y ensayos.

"Hola, te estaba mirando y me has parecido una obra de Rubens". Tal vez demasiado directo, y muy intelectual, ella podría tomarlo por un pusilánime.
"Me llamo Luis, y daría el brazo derecho por saber tu nombre". Algo violento, ella podría pensar que no estaba en sus cabales.
"Hola, perdona, llevo rato observándote y, sinceramente, me he enamorado de ti". Muy comprometido, podría asustarla pensando en un compromiso a largo plazo.

Ensayó algunas fórmulas más y cuando creía que no sería capaz ni siquiera de acercarse, se armó de valor, se presentó frente a ella con los brazos en jarras y le soltó:

– Hola, ¿estudias o trabajas?

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