Muchos de los suyos le vieron lanzarse a la carga con la furia de los jóvenes suicidas. Su fabuloso caballo blanco, inconfundible en el campo de batalla, se perdió entre las filas enemigas. Iban con él algunos de sus mejores caballeros, todos en pos de su rey y de su Dios.
Sin embargo, pocos lo vieron prisionero, y ninguno de ellos sobrevivió para poder contarlo. Él si pudo contemplar cómo su ejército sucumbía. También pudo ver morir a su enemigo y recbió de éste, a modo de reconocimiento por su valor, la libertad.
Sebastián de Portugal no quiso volver con vida después de aquel fracaso y dejó pasar los días que le restaban contando historias de cruzados cristianos en los zocos del Magreb, mientras que en su tierra los juglares cantaban la última batalla del rey Deseado y soñaban con su resurrección.
Sin embargo, pocos lo vieron prisionero, y ninguno de ellos sobrevivió para poder contarlo. Él si pudo contemplar cómo su ejército sucumbía. También pudo ver morir a su enemigo y recbió de éste, a modo de reconocimiento por su valor, la libertad.
Sebastián de Portugal no quiso volver con vida después de aquel fracaso y dejó pasar los días que le restaban contando historias de cruzados cristianos en los zocos del Magreb, mientras que en su tierra los juglares cantaban la última batalla del rey Deseado y soñaban con su resurrección.
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