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La quijada

Él estaba allí con él. Solos los dos.
Y con él también, entre ellos, estaba todo su orgullo. Por eso lo odiaba sobre todas las cosas: por esa forma tan enervante de ser, tan perfecto, tan querido por sus padres, tan comprensivo.
Así que estaban lejos de casa, en ese pequeño altar al que tanto tiempo le dedicaba. Y a unos pasos, una quijada de asno o quizás de vaca.
Cualquiera diría que no lo pensó, que fue un momento de locura, pero no sería cierto. Repasó esa escena en su mente cientos de veces antes, disfrutando de cada detalle, realizando una y otra vez el gesto asesino.
Y sin embargo, cuando convirtió en real lo que tan sólo había permitido en su imaginación, algo no fue como en sus sueños: la estúpida mirada de perdón, como si entendiera los motivos, de los agonizantes ojos de su hermano.

Comentarios

David Uclés ha dicho que…
Me estás dando miedo...

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