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Mostrando entradas de marzo, 2007

El examen

Quería que fuera distinto. Quería que los alumnos no pudieran excusarse en el tipo de examen. Debía ser un poco de todo: test, preguntas de desarrollo, problemas... Le llevó horas pensarlo, diseñarlo y escribirlo. A 10.000 pies sobre el Atlántico pensó haber diseñado el mejor examen de economía de todos los tiempos. Y, entonces, el avión comenzó a perder altura. Los futuros muertos pensaban en los suyos, en su vida pasada en sus sueños incumplidos. Pero él, en esos últimos momentos, sólo acertó a lamentar que nunca tendría ocasión de poner aquel estupendo examen.

La bailarina del vientre

El local estaba lleno de humo. Cientos de miradas perdidas se centraban en ella. Sobre un escenario mínimo movía las caderas rítmicamente. Las alhajas colgadas de sus livianas ropas sonaban al compás de la música y su ombligo se acompasaba con el timbal. Hoy ya no sé si lo soñé o si lo viví, o las dos cosas. Sólo sé que, en algún lugar de Agadir, una mujer lleva en su vientre tatuadas mis pupilas.

Abu Simbel

Nuevamente volví a sentir el conocido cosquilleo que me producía esa foto de los templos de Abu Simbel que aparecía en todos los libros de Historia del Arte. Aunque en esta ocasión iba a verlos de verdad. Seguía el camino como cualquier otro turista, rodeando el monte en el que habían sido exavados. Y, de pronto, me vi. Desde miles de años de distancia, mi semblante agigantado y por triplicado, miraba hacia Nubia, hacia mi, y me susurraba con los ojos: bienvenido a casa.

El cambio climático

Hacía demasiado calor para febrero. Pero eran ya 5 años de demasiado calor. No le dio importancia hasta que él le dijo que la dejaba. Entonces sólo pudo pensar que aquello era una consecuencia más del cambio climático. A la manera de Pantaleón Pantoja, su marido se había dejado envenenar por las altas temperaturas y se había ido con otra.

Gol

– ¡Gol! – dijo acompañado de un sonoro corte de mangas. El otro hincha lo sufrió como un ataque personal. Ese corte de mangas era por él. Lo sabía. Y, encima, ese gol en el último suspiro significaría recibir el escarnio de los compañeros de trabajo del equipo rival. Y en casa su mujer le diría eso de "siempre pasa lo mismo, eres un necio y pierdes el tiempo y el dinero siguiendo a un equipo perdedor". ¡Un corte de mangas! ¡Cabrón! Se iba a enterar. – ¡Hazle un corte de mangas a tus muertos! – Le gritó al oído mientras le clavaba en el costado la navaja que su hijo le había regalado.

Me aburro

Me aburro. Nada me sorprende, lo sé todo. Conozco el presente, el pasado y el futuro. He estado en todas partes y estaré en todas partes. Mi existencia carece de sentido. De hecho, si no fuera porque algunos de esos seres insignificantes de la Tierra se empeñan en creer en mi, me habría suicidado hace una Eternidad.

Manos ensangrentadas

He visto mis manos ensangrentadas. He contemplado la sangre coagularse en mis palmas demasiado rápido. He notado cómo se disipaba su calor. Mientras, ellos me zarandeaban, me hacían cientos de preguntas sin respuestas y me miraban con odio. No les oía, apenas les veía: mis manos estaban ensangrentadas.

Mi otro yo

Me llamo Daniel Úbeda y soy adicto a Second Live. Pero estoy aquí porque le tengo envidia a mi otro yo, al virtual. Él es alto, tiene los ojos azules, conduce un descapotable que aparca en un chalet enorme con piscina. Trabaja como agente de artistas y no le cuesta ligar cada noche. Le odio. Yo tengo un trabajo triste, una vida triste y solitaria y, encima, no me resta tiempo libre tras trabajar, dormir y darle vida a mi otro yo.

Adiós

El chaquetón pesaba como una losa atada a los hombros. A cada paso, el camino le parecía más largo y el destino más lejano. Tiraba del bolso como de un lastre. No quería volverse, pero lo hizo. Él aún la miraba. Pero nunca ya sabría si fue verdad o una ilusión la lágrima de tristeza que le pareció ver en su mejilla.

Tan sólo sus ojos

Dicen que cuando uno está a punto de irse al otro barrio ve su vida como en una película. No es cierto: aquí estoy ahora, junto a una máquina que está mezclando la sustancia letal que acabará conmigo y no veo más que un grupo de sombras apenas sin rostro tras un cristal. Ninguno ha conseguido que me doblegue: ni alcaides, ni curas… ni siquiera lo han logrado con esa marrullería de traer a mi madre. No me arrepiento. De nada. Juraría que ya noto como corre por mis venas ese veneno. Esto está a punto de terminar: ojalá que luego sólo esté la nada. Ojalá. Pero justo un instante antes, tras la barrera de cristal, adivino unos ojos. Y son los de ella.

10 marcas blancas

Por enésima vez miró los 10 cantos blancos que señalaban la distancia. "10 piedras, 20 metros", pensó. "Tiene que ser suficiente, tiene que ser". Nuevamente recorrió con la mirada las piedras, contándolas desde sus piés hasta el final. Y, entonces, comenzó a correr. "9, 8, 7, ..." recontaba ya por última vaz según pasaba junto a las señales. "3, 2, 1, ..." Y luego saltó con todas sus fuerzas. Miles de veces lo había imaginado. Lo había calculado una y otra vez: la distancia, la velocidad, la envergadura, la altura, la presión del aire. Lo único que no llegó a pensar es que, después de todo, él no era un pájaro.

No te quiero

No te voy a decir que te quiero porque no es verdad. No te quiero nada, ni un poco. Ni siquiera me caes bien. Casi ni te miro cuando pasas cerca, nunca te presto atención ni sé nada de ti. Nada, porque no te quiero. ¿De qué color son tus ojos? No lo sé. Ni me importa, por supuesto. Ni reparo nunca en cómo cambia el tono de tu voz cuando vienes con los ojos tristes. Ni me interesa la razón por la que tu piel resulta tan fría que a veces quema. Eso es lo que ocurre cuando no quieres a alguien: que puede estar junto a ti un día tras otro en la oficina, de copas o cruzando la calle y casi no existe. Ni ella, ni sus labios, ni el olor de su pelo. Hoy tampoco he reparado en ti. No sabría decir si el azul de tu traje te quedaba perfecto, como si salieras de un cuadro de Klimt o la razón exacta por la que en algún indeterminado lugar de mi pecho algo se ha quebrado, casi sin ruido, cuando te he visto esperando el autobús. No sé nada de eso. Y seguiré sin saberlo porque no me importa.

Probando sendas

Volver. Volver a verte. Volver a soñarte. Cientos de caminos se abren cada instante ante mi y no sé cual de ellos me llevará finalmente de vuelta. Los elijo a ciegas, confiando en mi suerte y en que el oscuro azar me conceda el don. Cierro los ojos y encamino mis pasos por la senda siempre cambiante. Ando atento por si surje alguna señal, por si se produce de nuevo aquel encuentro casual que me cambió la vida para siempre.