Quería que fuera distinto. Quería que los alumnos no pudieran excusarse en el tipo de examen. Debía ser un poco de todo: test, preguntas de desarrollo, problemas... Le llevó horas pensarlo, diseñarlo y escribirlo. A 10.000 pies sobre el Atlántico pensó haber diseñado el mejor examen de economía de todos los tiempos. Y, entonces, el avión comenzó a perder altura. Los futuros muertos pensaban en los suyos, en su vida pasada en sus sueños incumplidos. Pero él, en esos últimos momentos, sólo acertó a lamentar que nunca tendría ocasión de poner aquel estupendo examen.