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El relatista

Ya me llamó la atención el tipo de letra usado en la tarjeta, anticuado y difícil de leer. Pero más aún el título que aparecía bajo su nombre: Américo Valencia Alba. Relatista. Debió leer en mi rostro la extrañeza porque me preguntó si todo estaba bien. «Claro, solo es que no entiendo bien su profesión: ¿es usted escritor o algo parecido?»

Resultó evidente que esperaba una pregunta similar, porque inmediatamente comenzó a hablar: «algo parecido. Yo creo relatos para empresas y personas que necesitan conectar su historia o sus productos con la gente. ¿Conoce usted las magdalenas de Panadería del Viso?»

«Panaderos de tercera generación», le dije yo, repitiendo el eslogan de sus anuncios en Youtube. «Bueno, no exactamente, en realidad es una empresa que pertenece a un fondo de inversión noruego. Estaban interesados en el sector, compraron varias plantas por España y llegaron a acuerdos de distribución con una gran cadena minorista. Pero entendían que, aparte de buenos productos, necesitaban una historia que fuera atractiva para sus consumidores, así que recurrieron a mí. Yo les escribí el relato: una empresa artesana, de un pequeño pueblo hoy casi abandonado, que a través de tres generaciones logra crecer y convertirse en una marca de prestigio. La mente de los consumidores hace el resto: imaginan que las recetas también han pasado de padres a hijos, o que el proceso es casi artesano, o que al frente de la empresa sigue el nieto del fundador… Empatizan con esa familia que ha logrado crear de la nada un éxito y etiquetan los productos como auténticos, de la tierra, nuestros, de calidad… Ese es mi trabajo». 

Reconozco que mi respuesta salió del alma: «Vamos, que usted crea mentiras a medida». De nuevo, estaba preparado: «No, yo creo relatos factibles. MIs clientes son los que deciden mentir o no. En este caso, compraron una vieja panadería en El Viso, de tercera generación y han mantenido en su catálogo algunas de las elaboraciones tradicionales de dicha panadería. Incluso están pensando abrir un museo en el pueblo».

Sonreía de manera algo socarrona al terminar la perorata. Supuse que estaba imaginando mis pensamientos: ¿y qué relato sería capaz de inventar para una asesoría especializada en el blanqueo de capitales y la evasión fiscal?






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