De niño, aprendí dos cosa muy importantes de mi abuela. La primera es que el derroche es el padre de la pobreza, cosa que ella llevaba al extremo más absoluto; hoy los ecologistas la hubieran puesto de ejemplo del residuo cero o de la economía circular. Y la segunda, y más importante si cabe, que había que procurar no destacar en nada, ni por arriba ni por abajo: “Pepito, tú debes ser del montón de los corrientes, que es lo mejor que se puede ser”. Tal vez me lo dijera porque creía en ello de verdad. O tal vez porque yo era el insulso hermano del medio, detrás de un jabato rubio y simpático que no necesitaba hacer nada para ser el centro de atención y justo delante de una preciosa niña que, ella sí, hacía todo lo posible para llamarla. De los hermanos Barrio García yo era el único moreno de ojos marrones. Me críe como un enclenque: no tenía apenas fuerza, pero no estaba especialmente delgado. Me gustaban los deportes, sobre todo el fútbol, aunque no lograba destacar en ninguna demarcac...