Imagen: www.tienda-medieval.com Ella se empeñó en guardar la espada con la que cortamos la tarta nupcial. Luego la achicó en un armario cualquiera y hasta hoy no la he vuelto a ver. Ha sido tras el ofrecimiento involuntario a ayudar en la mudanza. Envuelta en un par de trapos de cocina viejos. Es una espada triste, sin un filo con el que abrir una herida, una espada ceremonial, de un sólo uso: inútil. Pienso en las catanas de adorno, esas que proliferaban en los despachos de los yupis de los 80. Ellas al menos quedan expuestas en sus hermosas fundas de bambú. Ésta, de poder hacerlo, las envidiaría. No obstante, en su alma debe anidar el deseo de matar. Un golpe fuerte con ella podría ser letal, si es en la cabeza. También podría llegar a atravesar un cuerpo, si se lanzara una estocada con la suficiente fuerza y la víctima se encontrase contra una pared. La meto en la caja correspondiente no sin antes pensar en qué diría mi suegra, si pudiera: "límpiala antes de guardarla, qu...