Esta mañana apareció gris y tormentosa. La primavera se estrenaba con pocas ganas y la lluvia se convirtió en la protagonista del día. Cayó fuerte. Y yo estaba a la interperie. El agua chorreó por mi cuerpo, caló mis ropas y me llegó al alma, enfriándola y haciéndola encoger. Con el alma empapada todo parece terrible: las sombras se convierten en monstruos y todas las miradas son aviesas. El miedo y la depresión son los principales efectos de un alma humedecida. Y la mía estaba empapada. El día continúo tormentoso, peinado de vez en cuando por ráfagas de un viento más incómodo que frío. Y, hacia su final, no parecía capaz de cambiar el guión predeterminado la noche antes por el hombre del tiempo. Sin embargo, algunas veces, algunas almas son capaces de escurrir todo el líquido acumulado gracias a un beso, una mirada que se reencuentra o un roce de manos cómplice. Por eso, mientras el cielo volvía a reiterar su tristeza sobre mis hombros, debajo de mis capas de ropa y piel, amanecía ...