Avanzaba por la desvencijada habitación; despacio, alumbrándose con una linterna a la que las pilas se le estaban agotando. El suelo de madera crujía a cada paso, a pesar del cuidado que ponía para moverse en absoluto silencio y podía sentir el aire lúgubre que se colaba por las ventanas sin cristales. Llevaba horas moviéndose por el pueblo abandonado. A pesar de que sabía de las trampas y de los enemigos que le acechaban quiso entrar allí. Necesitaba probarse a si mismo. Las manos le sudaban y el corazón estaba a punto de fundirse por el esfuerzo. Y, para colmo, necesitaba unas pilas nuevas para mantener al menos un cono de luz en medio de la oscuridad casi absoluta. Un crujido a su espalda le hizo volverse. Descargó el cargador. La sangre salpicó por todas partes. Pero era la suya. Tras el primer enemigo se escondía un segundo, que fue el que le abrió el estómago de un zarpazo. Ya sólo le quedaba una opción. Si no lo hacía estaría muerto y nada de lo sufrido hasta el momento habría t...