Ir al contenido principal

Aullar está sobrevalorado


http://aullidodelunallena.blogspot.com/

En la sociedad que vivimos aullar a la luna está sobrevalorado. No se rían, es cierto. Si yo me pusiera la próxima noche enfrente de su terraza a lanzar aullidos ustedes pensarían que soy un loco. O un genio. Puede que incluso un loco genial. A ninguno de ustedes se les pasaría por la cabeza que, simplemente, soy un idiota.
Hay algunos actos que, inducidos por la historia o por la literatura, nos parecen el reflejo de un carácter destacado y brillante, aún cuando la naturaleza misma del acto sea una insensatez. ¿Cuántos de ustedes me compararían con Van Gogh si justo ahora me rebanase una oreja? ¿Por qué? Porque nos cuesta asumir la sencillez. Todo debe tener un sentido; en todo debe ocultarse un trasfondo que explica lo aparentemente inexplicable.
Créanme, las cosas siempre son más sencillas de lo que creemos. Y, si ustedes se cruzan esta noche con alguien que aúlla a la luna, no se sorprendan, sólo quiere que le tomen por genio o por loco. Y si me ven a mi huyan: puede que me haya convertido en lobo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

El premio

Las rutinas son el calmante que usamos en nuestra vida diaria para ocultar el aburrimiento, para obviar que la mayor parte de nuestras vidas es perfectamente insulsa. Ana María mantiene infinidad de rutinas; de hecho, la mayor parte de su día está dictado por ellas. Siete de la mañana, despertador; siete y cinco, comienza a sonar la radio; a las y cuarto ya está saliendo de la ducha; desayuno rápido con café y pieza de fruta; 20 minutos andando al trabajo escuchando el podcast diario de la BBC para que el inglés no se oxide; saludar al agente de seguridad de la puerta, entrar en la oficina, encender el aire acondicionado, arrancar el PC que cada día va más lento, comenzar a procesar documentos: pedidos, facturas, transferencias. Desayuno con tostada y segundo café a eso de las diez, en Casa Amalia, casi nunca acompañada, mirando el ABC en el móvil, máximo 20 minutos. De vuelta a la oficina y a los documentos hasta las tres.  Imagen generada con DALL•E Comprar de camino a casa la comida

Ya no hay margen

Los correos electrónicos sin responder se acumulan en la bandeja de entrada. Los minutos transcurren impasibles y él lo ve agotarse sin ser capaz de mover el ratón por la pantalla. Lee los asuntos y los remitentes y sabe que muchos de ellos necesitan una respuesta urgente. Nada distinto del resto de sus días, salvo porque hoy una angustia terrible le mantiene inmovilizado. Solo es capaz de mirar la pantalla mientras los correos siguen entrando. Y solo desea huir. Su mente escapa a un lugar de su adolescencia en el que fue plenamente feliz. Una tarde de verano en una playa de Cádiz, navegando en un velerito ligero con Inma. Entonces ella era su máxima preocupación y todo era infinitamente más sencillo. Jugar con el viento y las olas y mirar con disimulo y deseo a la muchacha. Aquella tarde se besaron por primera y última vez.  imagen generada con stable diffusion El teléfono suena y le saca bruscamente del ensueño. Es su jefa. Y vuelve a querer escapar. Pero ya no hay margen. Debe respo