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Mostrando entradas de julio, 2011

La sombra hambrienta

Yo no sé ustedes, pero a mí cada vez me pasan cosas más extrañas. Tantas que, a fuerza de sucederme, ya he comenzado a dejar de extrañarme. Hace un par de noches, sin ir más lejos, noté que mis sombras ya no parecían mis sombras. Según caminaba en paralelo a la fila de farolas que iluminan mi calle, me di cuenta de que, a medida que mis sombras pasaban de largo ante mis ojos, parecían desvaídas. No sólo me parecieron menos intensas que de costumbre, sino que las noté algo más delgadas que yo mismo. En realidad, antes de llegar a casa ya había imaginado una explicación lógica: seguramente lo que sucedía es que yo mismo había adelgazado y no era demasiado consciente de ello. Posiblemente, si no me hubiera mirado en el espejo del ascensor, tampoco me habría pesado nada más entrar en el piso. ¡Tenía 2 kilos más que la última vez! Preocupado, hice lo único que se puede hacer en estos casos de desconocimiento absoluto: abrí el navegador y tecleé en Google: "adelgazamiento de sombra&q

Un amanuense para Irene

El azar y la genética a veces se ponen de acuerdo y le arruinan la vida al alguien. Este es el caso de Irene, que nació con la maldición de unas manos demasiado blandas para casi todo. Sus músculos, en apariencia normales, eran incapaces de ejercer la presión suficiente para que sus dedos lograran sujetar nada que tuviera más peso que una onza de chocolate. Acostumbrada desde niña a necesitar ayuda, puso su privilegiado cerebro a la tarea de torcer voluntades ajenas y hacerlas suyas. La belleza propia y la lujuria de los hombres se configuraron desde el principio como las principales herramientas para ello. Y desde muy pronto hubo siempre a su alrededor gente que la ayudaba a desarrollar todas sus tareas cotidianas. El azar y la genética a veces quieren compensar a una persona, y la convierten en un monstruo. Irene tenía amigas que le acompañaban de compras, hombres que le abrían todas las puertas y para ganarse la vida, dictaba durante 3 ó 4 horas por semana sus historias a un amanu

Teoría de los multiversos

En este Universo te miro dormir y paseo mis ojos por las suaves colinas que forman tus curvas sobre las sábanas. En otro, tal vez a millones de años luz, te despierto con mis besos y hacemos el amor a mordiscos. Pero en un tercero tal vez estés siendo despertada por otro, posiblemente tu primer novio, o tu segudo marido, o por los dos. Y todo puede que dependa del café que me tomé un improbable día de septiembre de 1987, o del color de la camisa que llevaba ese día. O de la hora y el minuto exactos en los que te di el primer beso. Estar en este Universo tumbado junto a tí, en una cama, no es más que el resultado de una infinita sucesión de azares que comenzaron con el Big Bang. Y, por eso, no es sino un milagro que en otro Universo yo, en lugar de estar escribiendo, ahora mismo estoy devorando tus pechos. Posiblemente, en ese mundo probable, en lugar de café tomé descafeinado, o llevaba una camisa blanca una tarde de septiembre de 1987, o te di el primer beso un segundo antes.

En mitad de un cortafuegos

El pelo ya ni siquiera ralea: se cae. Ves como el tiempo se acelera ante tus ojos y alrededor de ellos. Cada mañana ante el espejo asistes a un ejercicio de autoflagelación visual: aumentan la papada, las bolsas bajo los ojos, la tripa y la desesperación de saberse cada día un poco más viejo. Entonces entra la prisa. Hay que hacer todo aquello que se quiere hacer, y hacerlo cuanto antes, y porque es mejor hacerlo con pelo que sin él. Evidentemente, éste no es el mejor argumento, por eso todo se termina torciendo. Cambias de coche, de mujer, de aficiones y comienzas a correr. Porque correr es barato, lo puede hacer cualquiera y no necesita un horario específico. Así te sientes más joven. Lo que nadie te cuenta, lo que ni siquiera imaginas, es que terminarás a la mitad de un cortafuegos en el Calar Alto escarpado de 3 kilómetros, hundido, sin un gramo de fuerza ni de autoestima, esperando que una ambulancia todoterreno te saque de allí, o que un milagro en forma de bebida isotónica te d

A través de una botella de Alhambra 1925

Nadie más parecía darse cuenta de ello, pero allí estaba. A la izquierda del Sol y un poco por encima de la línea quebrada por la sierra que formaba el horizonte, un pequeño objeto brillante le hacía compañía durante las últimas dos horas. Sentado en lo alto de un columpio infantil, bañado por la cegadora luz del medio día, y por su propio sudor fruto del calor, Alberto miraba a través de una botella de cerveza Alhambra 1925 el sorprendente fenómeno. Al principio pensó que podría tratarse de un reflejo producto de un trozo demasiado grande de la llamada basura espacial, o un satélite o de la reentrada en la Atmósfera de alguna nave espacial americana, o china, porque los chinos estaban sumándose a cuanta carrera tecnológica hubiera. Sin embargo, sus conocimientos no alcanzaban más lejos y su natural pesimista señalaba en otra dirección. Tal vez se tratara de un meteorito en trayectoria de colisión; tal vez todos los gobiernos del mundo estaban ahora reunidos intentando evaluar las con