Ni una sola palabra desde hace meses. Apenas un par de gruñidos, más lánguidos que feroces. Y luego el silencio.
La luz de la habitación tilila, cercana ya a fundirse, mientras ella espera en el pasillo a escuchar la respiración profunda de su marido, señal inequívoca de que el libro de siempre ha resbalado de sus manos.
Piensa en lo que echará de menos en adelante este pequeño ritual de espera, agazapada tras la puerta de la habitación, huyendo de la conversación terrible, que pone de manifiesto algo que ambos saben hace años: ya no se aman.
Avanza hacia la cama sin hacer ruido y, en lugar de acostarse como siempre, saca de debajo de la cama la maleta que hizo la semana anterior.
En la calle espera el taxi.
La luz de la habitación tilila, cercana ya a fundirse, mientras ella espera en el pasillo a escuchar la respiración profunda de su marido, señal inequívoca de que el libro de siempre ha resbalado de sus manos.
Piensa en lo que echará de menos en adelante este pequeño ritual de espera, agazapada tras la puerta de la habitación, huyendo de la conversación terrible, que pone de manifiesto algo que ambos saben hace años: ya no se aman.
Avanza hacia la cama sin hacer ruido y, en lugar de acostarse como siempre, saca de debajo de la cama la maleta que hizo la semana anterior.
En la calle espera el taxi.
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