Él y ella se conocieron gracias al destino. El él de ella y la ella de él crearon un nuevo binomio, buscaron una excusa al uso y cogieron un avión rumbo al paraíso. Pero el destino quiso que el avión cayese sobre el profundo océano. El destino quiso que se conocieron en los pasillos del aeropuerto, rondando por las instalaciones rogando información a cualquiera que tuviera una placa de identificación colgada del cuello, y recibiendo juntos la peor noticia, y comprendiendo a la vez la traición. Luego descubrieron que vivían relativamente cerca el uno del otro. Y que no habían tenido hijos por la insistencia de sus parejas. O que ambos habían heredado sendos perros que acudían al mismo veterinario. Ellos fueron la excusa para una primera cita, que se hizo costumbre: el paseo del domingo por la mañana para comprar la prensa y el desayuno en el kiosco de los churro, justo a la salida del parque. Puede que fuera la soledad y no el destino la que les empujó a vivir juntos, p...