Foto: Urbanity.es El muro de hormigón se derrumbó de abajo hacia arriba. La base, cansada de mantener el peso de los metros superiores, se fue convirtiendo en polvo, en poco más que arena de playa gris. Y el resto de la pared fue colapsando a medida que se deshacían los centímetros inferiores. No podía ser aluminosis, tampoco un efecto de la erosión. Detrás de aquel inexplicable fenómeno había ago más, algo inexplicable que había estado derrumbando diversos edificios alrededor de todo el mundo. Los grandes iconos de la arquitectura del siglo XX caían uno tras otro: las grandes torres del sudeste asiático o de Oriente Medio, el nido de Pekín y, ahora, la ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia... Pero también caían los edificios normales, los poblados por la gente, los que de verdad suponían una catástrofe para sus habitantes. No era aluminosis, pero los científicos de todo el mundo se esforzaban por encontrar una razón: una bacteria come hormigón, un sabotaje en gra...