Acostumbrada a pasar desapercibida en el inmenso comedor, siempre lleno de turistas hambrientos y platos repletos antes por la gula que por la necesidad, Lupita no pudo dejar de fijarse en aquella mirada que buscaba sus ojos para rápidamente esconderse tímida. Él, seguramente el hijo de alguno de esos yanquis que acudían a Playa del Carmen para olvidar durante una semana el indecente frío del Norte. Él, seguramente 5 ó 6 años menor que ella, pero con un cuerpo perfecto recién terminado de formar y una mirada clara y llena de ambición. Ella, apenas educada en una escuela rural. Ella, trabajando desde muy niña para ayudar en el hogar. Ella, minúscula a su lado, morena y frágil. Pero decidida. Lupita arriesgó su empleo buscando al muchacho en la piscina al terminar su turno. Lupita apostó el resto por aquel dios del norte que apenas sabía acariciar. Lupita puso en juego su alma en un viaje a la felicidad efímera de una semana. Acostumbrada a pasar desapercibida, Lupita se convirtió en ...