He tardado 32 años en saber la verdad. Toda mi vida. Para mí es aún un buen momento, pero para ella es demasiado tarde. Tengo los ojos de un azul profundo, aunque eso no fue lo que me hizo interesarme por la genética. Lo mío es más que una vocación, es una búsqueda de la redención. Nadie la creyó, y mucho menos mi padre, que abandonó el hospital y nuestras vidas nada más verme. Mis abuelos tampoco pudieron creerle. Ni siquiera yo, a pesar que me repitiera casi a diario que había heredado el pelo rubio de mi padre. Crecí viéndola sufrir, abandonada por todos a los que ella quería. Yo fui su única razón para seguir adelante y también la única causa de su desgracia. Soy un caso entre 1.000 millones, una rareza de la naturaleza que, en realidad, ni siquiera tendría que haber nacido vivo. Soy mi propio objeto de estudio: un blanco de color negro.