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El niño y el recuerdo

El recuerdo botaba en el umbral del patio. El niño se acercó a él con decisión y de una patada lo embarcó en el terrado. Allí quedó olvidado por veintitrés años, hasta que un viento de Levante especialmente intenso lo volvió a traer al suelo. Y el niño, ya hombre, sintió de golpe una laceración en el alma. Quiso volver a olvidar, pero fue imposible porque ninguna patada lograba ya que aquel recuerdo abandonase el patio de su memoria.

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Soñar con la Atlantida

Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand

Empatía artificial

«Posiblemente se trate de la actualización del antivirus. En ocasiones, si hay un corte de electricidad o algún enganche en las actualizaciones previas, el ordenador se queda en una especie de limbo en el que el servidor le capa la conexión al no localizar la versión adecuada del antivirus. Nos lo llevamos y hacemos las actualizaciones pendientes por nuestra red de carga, que es libre, y en un rato lo tienes de nuevo en la mesa». Eso me había dicho Alfonso, el informático que atendió mi petición. Mi veterano ordenador había decidido desconectarse de la red corporativa tras la vuelta de las vacaciones de Semana Santa. Pero de eso habían pasado ya más de tres horas y casi se había colado la mitad de la jornada laboral. Ya no me quedaba nada por hacer que no precisara de ordenador y conexión. Así que tuve que regresar a casa y terminar el día teletrabajando con el portátil corporativo, mucho más lento y mucho mucho más incómodo.  El martes me llevé el portátil a la oficina, por si la repa

Ya no hay margen

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