No hicimos el amor, follamos. Porque follar es más animal, más urgente. Follamos con la desesperación de los condenados a muerte; follamos clavándonos las uñas, lamiéndonos los cuerpos. Follamos hasta que el sueño nos venció, en algún momento, sin saber muy bien cuándo. Al despertar éramos otras personas. Nuestros ojos se cruzaron. Yo leí en los tuyos vergüenza, en los míos había remordimiento. Dejamos la habitación sin apenas decirnos nada. Un tímido adiós que sonaba como un hasta nunca. Solo las sábanas impregnadas con nuestros olores seguían empeñadas en recordarnos. Aunque cuando las camareras de piso hicieran la habitación, apenas nuestros silencios culpables serían testimonio de aquella noche.