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Mostrando entradas de septiembre, 2017

Historias de la duermevela

Las mejores historias siempre se me ocurren en ese momento especial entre la vigilia y el primer sueño, un estado de duermevela en el que las ideas se agolpan en la cabeza y los argumentos se apresuran a salir en tropel. Casi todos los descarto, pero a veces mis neuronas se quedan jugando con alguno. Lo soban, lo sopesan, le dan vueltas y terminan componiendo una genialidad. Noto al orgullo llenar mi pecho. Obviamente, a esa hora estoy tan cansado que ni siquiera hago el intento de traspasar la idea a una nota de voz y, ni mucho menos, a la pantalla en blanco del ordenador. Procuro mantenerla en la cabeza para ver si así, al día siguiente, la consigo recordar. Solo en unas pocas ocasiones lo he logrado. Cuando ese milagro se produce, corro a ponerme delante del teclado a trasladar la idea, Suele salir del tirón, como cuando de niño tus padres te pillan en la mentira y el alivio te permite decir de golpe toda la verdad. Escribo, transcribo, la historia de mi memoria al papel o al orde

La torre corporativa

Kogi Kabuto nunca había imaginado que llegaría a estar en la sala del consejo de administración de la Kangi Corporation, en la planta 98 de la novísima Torre Kangi; la que el venerable Iwao Kangi, el tercero de su nombre al frente de la compañía, denominó “el faro que iluminará a todos nuestros empleados alrededor del mundo”. Kabuto, un simple contable, había llegado a aquella sala de la mano de un antiguo compañero de facultad, mucho más afortunado que él, que había escalado hasta vicepresidente de finanzas. Descubrió algo extraño en las facturas de la constructora, ligeras desviaciones entre lo reseñado en los conceptos y la realidad que se podía ver en la torre. La voz apenas le acompañó durante su breve intervención. Y le abandonó completamente cuando el consejero delegado comenzó a mostrar las auditorías de calidad externas del edificio, todas positivas, todas ensalzando la gran obra de la Kangi. Kabuto sintió como las miradas de todos los consejeros laceraban su piel y le abrumó

La alfombra voladora

Su infancia había transcurrido entre alfombras voladoras y genios de lámparas maravillosas. Por eso le resultaba tan difícil comprender la terrible y prosaica realidad de la guerra. A su lado, en las trincheras de una tierra exótica, otros muchachos contenían al miedo y al enemigo descargando tiros sin apuntar y rezando para sobrevivir un ataque más. Un día más. Hasta ahora, el pacto que realizó con su padre se había cumplido. Él rezaría cada día por su entrada en el Paraíso y, a cambio, el alma de su padre estaría pendiente para desviar una bayoneta o ayudarle a esquivar una bala mortal. Pero su confianza en el acuerdo comenzaba a desmoronarse. Era muy posible que el difunto se distrajera un momento, lo justo para que un tiro le agujereara el cráneo. Por eso, en uno de los pocos momentos de descanso en retaguardia, rebuscó entre todos los puestos ambulantes de venta una alfombra pequeña, pero recia, tejida a mano por las mujeres de un pueblo vecino al suyo. Cuando escuchó los morteros