Cuando los títulos de crédito fundieron a negro, la melodía que había servido de hilo para trenzar el desarrollo de la película siguió sonando en su cabeza. Primero de forma silenciosa, pero al poco tiempo como un tarareo suave. Las imágenes apenas volvían, tan solo la música y los colores brillantes de la fotografía. Dos historias paralelas, la triste de la música, frente a la feliz de las luces. No sabía con cuál quedarse.
Las 23 notas borraron esa duda, adueñándose del pensamiento mientras el coche, casi sin conductor, dejaba atrás el cine.
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