La niña dejó sobre la mesa la tableta. Su padre no había podido rescatarla del silencio oscuro en que se había sumido. La sensación de vacío que sentía era demoledora, mucho más profunda que la sufrida cuando su amiga Lali tuvo que mudarse de ciudad. Laura no era capaz de recordar un momento más triste que este. "Papá, ¿se ha muerto mi tablet?" "Me temo que sí, cariño". "¿Y hay un cielo para las tabletas?"
El padre, sorprendido por la pregunta, guardo unos segundos silencio, estrujando sus neuronas para ofrecer una respuesta a la altura de su hija: "No lo sé, pero si lo hay, seguro que la tuya irá allí. Y se lo pasará genial con las otras tablets, poniendo videos de YouTube y leyéndose libros interactivos todo el rato".
Paula esbozó una sonrisa, volvió a coger el aparato y le dio un beso en la pantalla. "Espero que te diviertas mucho, Gracias por haber sido mi amiga".
Comentarios