Ha dejado el grifo correr. Mira como el agua huye por el desagüe y espera que sus pecados se vayan detrás. El agua cae sobre su cabeza, se mezcla con las lágrimas y el sudor, arrastra el jabón. Pero el dolor se queda, las miradas asustadas permanecen, el miedo de los otros le sigue impregnando. Finalmente sale de la ducha y busca la tibieza de las sábanas, el calor de un cuerpo que le ama. Pero todo revive de nuevo en los sueños, donde los torturados piden clemencia constantemente.
Toda su vida había sido una espiral de sucesos que se alejaban para luego acercarse al tema central de su Universo: la Atlántida. Desde que escuchó el primer cuento sobre ella, narrado por su abuelo, supo que irremediablemente estaba atrapado por su búsqueda. Lo leyó todo, desde la descripción idealizada de Platón, hasta las versiones más disparatadas de los grupos herméticos. Había visitado todas las posibles Atlántidas de la Tierra y había coleccionado cuanto documental, libro o folleto turístico que se había cruzado en su camino. Lo sabía todo sobre esa nación, lo posible y lo imposible y, aún así, la seguía buscando porque soñaba con ella todas las noches. Contaba con sesenta años cuando, de la mano de su nieto, descubrió las posibilidades de Internet. Y, entre todos los recursos que descubrió, hubo uno que le hechizó de forma especial, el Google Earth. Desde que lo descargó a su ordenador se pasaba las horas analizando cada centímetro cuadrado del mapa virtual del mundo, intentand
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