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Mostrando entradas de noviembre, 2015

Mujeres sin corazón

La casualidad no siempre es cuestión de azar; en la mayor parte de las ocasiones, sí. Pero, en mi caso... En mi caso, no puede serlo. Dos veces es casualidad. Puede que tres. Pero cuatro; cuatro es demasiado. Mi madre murió de un infarto cuando supo que yo no era la niña que tanto había deseado, sino su cuarto varón en cinco intentos. Su corazón ya estaba débil tras el tercero, pero aún así lo intentó una vez más. Luego, mi abuela. Una rara enfermedad que debilita la presión sanguínea y termina provocando la parálisis del músculo cardiaco se la llevó, y me dejó solo. Eso podía explicar en parte lo de mi madre, por la vía genética. La tercera fue Alicia, mi primer gran amor. Una canaria de acento cantarín y caricias proscritas en la fila de los mancos. Ella se me quebró entre los brazos, en el silencio de su portal y mientras nuestros besos se iban haciendo adultos. Y, ahora, Alba. Me echaron del paritorio y supe de inmediato que ya no la vería nunca más. Luego me dirían que su frágil c

Un retraso más

Intentó no desesperar. El avión salía con retraso. Otra vez. Las excusas casi nunca eran las mismas: motivos técnicos, viento en la pista de llegada, niebla en la de salida, tráfico aréreo. Siempre imaginaba a alguien en las oficinas de la compañía aérea inventando nuevas excusas para cada retraso. Porque era estadísticamente imposible que siempre que él volase sucediera un retraso. La otra opción era pensar que el Universo se conjuraba en su contra. Aquella mañana le pareció especialmente molesto, ya que había tenido que madrugar mucho tras apenas haber dormido por otro retraso la noche anterior. Cuando escuchó la voz de la azafata de tierra explicando que el avión saldría más tarde a causa del mal tiempo en Oviedo, sacó su portátil ultrafino y ultraligero de su elegante funda de neopreno y piel y la emprendió a golpes con la cabeza de la pobre mujer. Fue todo muy rápido: el ataque, la detención y el encierro. Pero en aquella oscura habitación se sintió por fin a salvo del Universo y

Nada vale nada

Tener un revólver es mejor que una tarjeta black. Solo se precisa un poco de sangre fría, una voz imperativa y la creencia absoluta en la inmortalidad de quien la poseer. Así he ido dejando cuentas pendientes en todos los locales en los que he estado en los últimos dos meses. Entro, me paseo por la tienda y selecciono aquello que me gusta. Luego voy a la caja y cuando me van a dar el ticket, simplemente saco el arma y digo "cóbrese". A veces, incluso me han dado la recaudación de la caja. Y esto es un engorro, porque me veo en la obligación de explicarles que no quiero nada más allá de lo que necesito en ese momento. El único problema es que cada vez tengo que irme más lejos de casa a hacer la compra.

Asesino reincidente

Volvió la cabeza y distinguió un destello metálico. Antes de que pudiera si quiera conjeturar qué estaba pasando, la vida comenzó a escapársele a borbotones por la garganta. Los ojos se le nublaron y las piernas dejaron de sostenerle. Cuando cayó en el suelo aún pudo notar  la humedad y pensó que no era posible que se estubiera muriendo. El hombre de la navaja le maldecía por las salpicaduras de sangre en su ropa, mientras que lamentaba lo fácil y aburrido que había sido. Tan solo los segundos previos al degüelle le proporcionaron la descarga de adrenalina que buscaba, pero fue demasiado poco. Determinó que la próxima vez lo prepararía mejor.

Nubes a modo de auxilio

Dejó de notarlo a su lado al tiempo que los reflejos de un amanecer otoñal coloreban un cielo plagado de nubes. Imaginó que sus pasos se dirigirían hacia la cocina. Y luego iría hacia el cuarto de baño, donde escucharía el agua caer. Entonces cayó en la cuenta de que lo que había estado sintiendo era el vacío. El mismo vacío de las noches anteriores. Dirigió la mirada a la ventana y la perdió entre los rojizos jirones de nubes, buscando entre ellos el hilo que le permitiera encontrar la senda del olvido.