La jabalina atravesó su cuerpo con un sonido acuoso, y él supo que debía proteger la cabeza con el escudo. Pero los brazos ya no tenían fuerzas y el golpe del aqueo con la espada ni siquiera lo sintió.
Desde las murallas, Príamo vio morir a su hijo y supo que la ciudad estaba perdida. Porque a él, su rey, desde ese mismo instante, lo único que le importaba eran la venganza y enterrar a su primogénito. Estaba dispuesto a rogar ante sus enemigos para recuperar el cadáver, y a ofrecer la ciudad y las vidas de sus habitantes a los dioses a cambio de que él o alguno de su sangre matara a Aquiles el inmortal.
Comentarios